El texto Los ocho versículos de la transformación del pensamiento, de Langri Tangpa, explica la práctica del método y la sabiduría del paramitayana: los primeros siete versículos hacen referencia al método -bondad, amor y bodhicitta o espíritu del despertar-, y el octavo habla de la sabiduría.
1. Decidido a triunfar en todo, siempre practicaré el amor a todas las personas, que son más preciadas que las gemas que satisfacen los deseos.
Todos queremos ser felices y estar completamente libres del sufrimiento. En esto todos somos exactamente iguales. Pero cada uno de nosotros sólo es uno, mientras que los otros son infinitos en número. Ahora debemos considerar dos actitudes: la de valorarnos egoístamente a nosotros mismos, y la de valorar a los demás. La autovaloración nos llena de orgullo y de soberbia; nos consideramos extremadamente importantes, y nuestro deseo básico es ser felices y que nos vayan bien las cosas.
Pero no sabemos cómo conseguirlo. De hecho, las acciones que tienen su origen en el ponernos por encima de todo nunca podrán hacernos felices.
Quienes mantienen la actitud de valorar a otros consideran que todos los demás son mucho más importantes que ellos y ponen por encima de todo el ayudarlos. Y, al actuar de esta manera y dicho sea de paso, llegan a ser muy felices. Incluso aquellos políticos sinceramente deseosos de ayudar o servir a los demás son recordados con respeto por la historia, mientras que los que no paran de explotarlos y hacerles daño son considerados como ejemplos de malas personas.
Dejando aparte, por el momento, la religión, la próxima vida y el nirvana, y limitándonos a esta vida, las personas egoístas sólo consiguen que esas acciones centradas en sí mismas tengan repercusiones negativas para ellas. Personas como la madre Teresa, en cambio, que dedican sinceramente su vida y todas sus energías a servir a los pobres, los necesitados y los indefensos, siempre serán recordadas con respeto por su noble obra y nadie habla negativamente de ellas. Éste, pues, es el resultado de valorar a los demás: tanto si se quiere como si no, incluso quienes no forman parte de tu familia te apreciarán, se sentirán a gusto contigo y buscarán tu compañía. Si eres la clase de persona que siempre se muestra amable y luego empieza a echar pestes de los demás en cuanto le han dado la espalda, entonces naturalmente nadie te querrá. Por eso, e incluso en esta vida, basta con tratar de ayudar a los demás e intentar no ser egoístas para poder experimentar una gran felicidad. Nuestra vida no es muy larga, porque como mucho podemos vivir cien años. Si intentamos pasar esos años siendo buenos y haciendo todo lo posible para contribuir al bienestar de los demás al tiempo que tratamos de ser menos egoístas y coléricos, obtendremos un resultado realmente maravilloso, porque ésa es la verdadera causa de la felicidad. Si eres egoísta, si siempre te colocas por delante de todos y dejas a los demás en segundo lugar, al final sólo conseguirás acabar ocupando el último puesto. Si mentalmente te colocas en último lugar y pones delante a los demás, acabarás en el primer puesto.
Por eso no debes obsesionarte con la próxima vida o el nirvana: esas cosas ya irán llegando gradualmente. Si consigues ser bueno y no caer en el egoísmo durante esta vida, serás un buen ciudadano del mundo. Da igual que seas budista, cristiano o comunista: lo importante es que mientras seas un ser humano, debes ser una buena persona. Ésa es la enseñanza del budismo, y ése es el mensaje de todas las religiones del mundo. Las enseñanzas del budismo, no obstante, contienen las técnicas que permiten erradicar el egoísmo y hacer realidad la actitud de valorar a los demás. El Bodhicaryavatara, por ejemplo, ese maravilloso texto de Shantideva, es de una gran ayuda para ello: es un libro extremadamente útil, y lo utilizo como guía en mi práctica.
Nuestra mente es muy taimada y difícil de controlar, pero si nos esforzamos y tratamos de aplicar constantemente el análisis y el razonamiento lógico, entonces podremos controlarla y cambiarla para mejor.
Ciertos psicólogos de Occidente mantienen que no deberíamos reprimir nuestra ira, sino expresarla. ¡De hecho, afirman que deberíamos practicarla! No obstante, aquí debemos hacer una distinción importante entre aquellos problemas mentales que deberían ser expresados y los que no deberían serlo. A veces podemos ser tratados injustamente, y entonces tenemos derecho a expresar nuestras quejas en vez de permitir que vayan pudriéndose en nuestro interior. Pero no deberíamos expresarlas a través de la ira. Si albergamos estados mentales negativos, como la ira, éstos pasarán a formar parte de nuestra personalidad y cada vez que expresemos ira nos resultará más fácil volver a expresarla. Acabaremos recurriendo a la ira con creciente frecuencia hasta que al final acabaremos siendo energúmenos que han perdido el control de sí mismos. En términos de nuestros problemas mentales, no cabe duda de que algunos son expresados de la manera adecuada, mientras otros no. Cuando intentamos controlar los estados mentales perturbadores y negativos, al principio nos resultará muy difícil conseguirlo. El primer día, la primera semana o el primer mes no podremos controlarlos bien. Pero si seguimos intentándolo, veremos cómo las negatividades van decreciendo gradualmente. El progreso en el desarrollo mental no se consigue tomando medicinas u otras sustancias químicas, sino que depende de saber controlar la mente.
Por eso debemos tratar de comprender que si queremos que nuestros deseos lleguen a hacerse realidad, tanto si son temporales como si son fundamentales, deberíamos confiar en los demás mucho más que en las joyas que otorgan los deseos, y valorarlos por encima de cualquier otra cosa.
Los principiantes suelen preguntarse si esta práctica tiene como propósito mejorar la mente o ayudar a los demás, y deben saber que ambas cosas son igual de importantes. En primer lugar, si no disponemos de una motivación pura cabe la posibilidad de que todo lo que hagamos nunca llegue a ser satisfactorio. Por eso lo primero que deberíamos hacer es cultivar la motivación pura. Pero no hay necesidad de esperar a que esa motivación esté plenamente desarrollada para empezar a ayudar a los demás. Para ayudarles de la manera más efectiva posible tendríamos que ser budas plenamente iluminados, por supuesto. Incluso el ayudar a los demás de una manera realmente efectiva y tangible requiere haber alcanzado uno de los niveles del bodhisattva, lo cual significa haber experimentado una percepción directa y no conceptual de la realidad del vacío y haber adquirido los poderes de la percepción extrasensorial. Aun así, hay muchos niveles de ayuda que podemos ofrecer a los demás. Podemos tratar de actuar como bodhisattva, es decir, realizar el espíritu del despertar para procurar el bien de todos los seres, mucho antes de haber adquirido esas cualidades, aunque entonces nuestras acciones serán menos efectivas que las suyas. Así pues, y sin esperar a estar plenamente cualificados, podemos generar una buena motivación y usarla para tratar de ayudar a los demás en la medida de lo posible. Creo que este método es más equilibrado, y preferible al de buscar algún lugar aislado en el que meditar y recitar mantras. Esto dependerá mucho del individuo, por supuesto. Si alguien está seguro de que ir a un lugar remoto le permitirá hacer ciertos progresos en un determinado período de tiempo, eso ya es otra cosa. La solución ideal quizá sería dedicar la mitad de nuestra vida al trabajo activo y la otra mitad a la práctica de la meditación.
Y, naturalmente, siempre debemos ser muy conscientes de la debilidad humana. El Tíbet era un país que se regía por los valores budistas, y a pesar de ello había muchos desequilibrios en la sociedad tibetana. ¿Por qué? Pues porque en el Tíbet, como en todas partes, también había personas malas y corruptas. Incluso algunas de las instituciones religiosas, los monasterios, se corrompieron y acabaron convirtiéndose en centros de explotación. Aun así, y en comparación con otras sociedades feudales, la tibetana era mucho más pacífica y armoniosa y no tenía tantos problemas.
2. Vaya donde vaya y cualquiera que sea mi compañía, practicaré el verme a mí mismo como el más ínfimo de los seres y consideraré como supremos a todos los demás.
Estemos con quien estemos, solemos pensar cosas como «Soy más fuerte que él», «Soy más hermosa que ella», «Soy más inteligente», «Soy más rico» o ««Estoy mucho más cualificado». Al pensar esas cosas generamos una gran cantidad de orgullo, y eso no es bueno. Lo que deberíamos hacer es ser siempre humildes. Incluso cuando estemos ayudando a los demás y haciendo obras de caridad, nunca deberíamos caer en la altivez y comportarnos como grandes protectores que son misericordiosos con los débiles. Eso también es orgullo. Lo que deberíamos hacer es llevar a cabo tales actividades de la manera más humilde posible y pensar que estamos ofreciendo nuestros servicios a la gente.
Cuando nos comparamos con los animales, por ejemplo, podemos pensar «Tengo un cuerpo humano» o «Soy un monje» y sentirnos muy por encima de ellos. Hablando desde la perspectiva de quien se considera superior, podemos decir que tenemos cuerpos humanos y estamos practicando las enseñanzas del Buda, y que somos mucho mejores que los insectos. En cambio, si vemos las cosas desde otro punto de vista, podemos decir que los insectos son inocentes y que no conocen el mal, mientras que nosotros solemos mentir y ofrecer una imagen falsa para poder alcanzar nuestros objetivos. Desde este punto de vista, tendremos que admitir que somos mucho peores que los insectos, que sencillamente van a lo suyo sin fingir ser nada. Éste es un método de aprender a ser humilde.
3. En todas las acciones examinaré mi mente, y en cuanto aparezca un pensamiento rebelde, poniéndome así en peligro a mí mismo y a los demás, me enfrentaré a él y lo expulsaré de mi mente.
Si investigamos nuestras mentes en aquellos momentos en que nos dejamos arrastrar por el egoísmo y sólo pensamos en nosotros mismos con exclusión de los demás, descubriremos que los estados mentales perturbadores y negativos son la raíz de este comportamiento.
Como introducen una gran perturbación en nuestra mente, siempre deberíamos recurrir a algún antídoto contra ellos apenas nos demos cuenta de que estamos cayendo bajo su influencia. El oponente general a todos estos estados mentales negativos es la meditación centrada en el vacío, pero también hay antídotos contra estados mentales específicos que, como principiantes, podemos aplicar. Así, para el deseo de aferrarnos a las cosas meditamos sobre la fealdad; para la ira, sobre el amor; para la ignorancia y la cerrazón mental, sobre el surgimiento dependiente; y para muchos pensamientos perturbadores, sobre la respiración y los flujos de energía.
El surgimiento dependiente, por ejemplo, significa centrar la meditación en los doce vínculos de la originación interdependiente, que empiezan con la ignorancia y llegan hasta el envejecimiento y la muerte. A un nivel más sutil, el surgimiento dependiente también puede utilizarse como causa para establecer que las cosas carecen de existencia verdadera.
La fealdad, a su vez, sirve para superar el deseo de aferrarse a las cosas porque ese deseo surge de que nos parecen muy atractivas. Tratar de verlas como feas o faltas de atractivo contrarresta ese efecto. Por ejemplo, podemos desear el cuerpo de otra persona porque ha llegado a parecernos muy atractivo. Cuando empezamos a analizar ese deseo, descubriremos que está basado en ver únicamente la piel. Pero la naturaleza de ese cuerpo que nos parece tan hermoso es la carne, la sangre, los huesos, la piel y todo aquello que lo compone. Analicemos la piel humana: fíjate en la tuya, por ejemplo. Si se te desprende un trocito de piel y lo dejas en un estante durante algunos días, verás que acaba adquiriendo un aspecto realmente muy feo. Tal es la naturaleza de la piel. Todas las partes del cuerpo tienen la misma naturaleza. No hay belleza alguna en un trozo de carne humana. Cuando ves sangre, sientes miedo y no atracción. Esto es aplicable incluso a un rostro hermoso: unos arañazos harán que deje de ser hermoso, y si le quitamos su constitución entonces ya no queda nada. La naturaleza del cuerpo físico es la fealdad. Los huesos humanos, el esqueleto, también son repulsivos. Una calavera con un par de tibias cruzadas debajo tiene connotaciones muy negativas.
Así es como debemos analizar aquellas cosas por las que nos sentimos atraídos o amamos, usando esta palabra en el sentido negativo del vínculo del deseo: pensemos en los aspectos más feos del objeto, y analicemos su naturaleza -de la persona o la cosa- desde ese punto de vista. Aunque con esto no consigamos llegar a controlar del todo el deseo, al menos nos ayudará a reducirlo un poco. Éste es el propósito de la meditación centrada en los aspectos menos atractivos de las cosas o de desarrollar el hábito de verlos.
La otra clase de amor, o bondad, no se basa en el razonamiento de que «tal persona es hermosa y por ello la trataré con respeto y bondad». La base del amor puro es: «Esta criatura es un ser vivo. Quiere ser feliz y no quiere sufrir, y tiene derecho a la felicidad. Por eso debo sentir amor y compasión hacia ella». Esta clase de amor es totalmente distinto a la primera, que se basa en la ignorancia y por ello siempre será precario e inestable. Las razones del amor puro no pueden ser más sólidas. Con el amor que es mero deseo, el más leve cambio en el objeto, como una minúscula modificación de actitud, causará un cambio inmediato en nuestra mente. Eso es debido a que nuestra emoción se basaba en algo muy superficial. Pensemos en los recién casados, por ejemplo.
En muchas ocasiones, a las pocas semanas, meses o años del matrimonio los esposos se convierten en enemigos y acaban divorciándose. Se casaron estando profundamente enamorados -nadie se casa por odio-, pero bastó con que pasara un poco de tiempo para que todo cambiara. ¿Por qué? Pues porque la base de la relación era superficial, y un pequeño cambio en una persona causó un cambio total de actitud en la otra.
Lo que deberíamos pensar es: «Los demás son también seres humanos. Si quiero ser feliz, ellos también querrán ser felices. Como criatura dotada de inteligencia tengo derecho a ser feliz; por esa misma razón, ellos también tienen derecho a serlo». Esta clase de razonamiento fundado en bases realmente sólidas dará origen a la compasión y el amor puro. A partir de entonces, y por mucho que la opinión que nos merece esa persona pueda llegar a cambiar -pasando de lo bueno a lo malo o lo horrible-, básicamente siempre seguirá siendo la misma criatura dotada de inteligencia. Como la razón principal para mostrar amor y compasión siempre está ahí, los sentimientos que nos inspira esa persona siempre se mantendrán estables.
El antídoto contra la ira es la meditación centrada en el amor, porque la ira es una mente muy tosca y dura que necesita ser dulcificada mediante el amor.
Cuando disfrutamos de los objetos a los que nos aferramos, experimentamos un cierto placer pero, tal como ha dicho Nagarjuna, eso es como tener un picor y rascarnos: el rascarnos nos proporciona un cierto placer, pero estaríamos mucho mejor si nunca hubiéramos tenido el picor. Cuando conseguimos las cosas con las que hemos llegado a obsesionarnos nos sentimos felices, pero estaríamos mucho mejor si consiguiéramos librarnos del deseo incontenible que ha hecho que esas cosas llegaran a obsesionarnos.
4. Cada vez que vea a un ser de naturaleza perversa y maligna abrumado por el peso del sufrimiento y la falta de virtud, haré cuanto pueda para no separarme de él, y lo tendré tan cerca de mí como si hubiera descubierto un tesoro de inmenso valor que no se encuentra fácilmente.
Si nos tropezamos con alguien que es por naturaleza muy cruel, desagradable, violento y grosero, la reacción habitual es evitarle, y en esa clase de situaciones lo más probable es que nuestro interés por el bienestar de los demás tienda a decrecer. En vez de permitir que nuestro amor hacia los demás sea debilitado por la clase de estado mental que sólo piensa en lo malos que son, deberíamos considerarlos como un objeto especialmente digno de amor y compasión, y tratar a esas personas como si nos hubiéramos encontrado con un tesoro de inmenso valor.
5. Cuando la envidia y los celos hagan que los demás me maltraten y me insulten, practicaré la aceptación de la derrota y les ofreceré la victoria.
Si alguien nos maltrata, critica e insulta diciendo que somos unos incompetentes y que no sabemos hacer nada a derechas, lo más probable es que nos enfademos y neguemos lo que esa persona acaba de decir. No deberíamos reaccionar de esa manera sino que, con humildad y tolerancia, deberíamos aceptar lo que se ha dicho. Cuando el budismo dice que deberíamos aceptar la derrota y ofrecer la victoria a los demás, hemos de diferenciar entre dos clases de situaciones. Si, por una parte, estamos obsesionados por nuestro bienestar y actuamos impulsados por motivaciones muy egoístas, deberíamos aceptar la derrota y ofrecer la victoria a los demás incluso si está en juego nuestra vida. Pero si nos encontramos en una situación donde está en juego el bienestar de otras personas, entonces debemos luchar por los derechos de los demás y negarnos a aceptar la derrota. Uno de los cuarenta y seis votos secundarios de un bodhisattva hace referencia a una situación en la que alguien está haciendo algo muy dañino y se tiene que recurrir a métodos drásticos o hacer lo que sea necesario para poner fin inmediatamente a tales acciones: si no obras de esa manera, habrás faltado a tu compromiso. A primera vista puede parecer que este precepto y la quinta estrofa, que dice que debes aceptar la derrota y otorgar la victoria a los demás, se contradicen, pero no es así. El precepto del bodhisattva se refiere a una situación en la que el bienestar de otras personas está por encima de todo: si alguien está haciendo algo extremadamente nocivo y peligroso, hay que tomar medidas para conseguir que deje de hacerlo. Actualmente, y en sociedades muy competitivas, suele ser necesario recurrir a acciones defensivas drásticas. La motivación para ese tipo de acciones no debería ser el temor por lo que pueda ocurrirnos, sino un sentimiento de amor y compasión amplificado dirigido hacia los demás. Si actuamos impulsados por esos sentimientos para impedir que otras personas lleguen a crear karma negativo, entonces estaremos haciendo lo correcto.
Ahora que hemos dejado claro que a veces puede ser necesario recurrir a medidas drásticas cuando vemos que algo va mal, debemos preguntarnos si podemos confiar en nuestra percepción del mundo a la hora de decidir qué haremos. Ese tipo de decisiones son muy complicadas y difíciles de tomar, porque cuando pensamos en cargar con las consecuencias de la derrota tendremos que determinar si el conceder la victoria a otras personas las beneficiará a largo plazo o únicamente de manera temporal. Aparte de eso, debemos pensar en cómo el aceptar la derrota afectará a nuestra capacidad para ayudar a los demás en el futuro. También cabe la posibilidad de que haciendo algo que perjudique a otras personas en ese momento generemos una gran cantidad de mérito que nos permitirá hacer cosas inmensamente beneficiosas para los demás en un futuro lejano, y ése es otro factor que debe ser tomado en consideración.
Como se dice en el Bodhicaryavatara, tenemos que examinar, tanto superficialmente como a fondo, si los efectos benéficos de ejecutar una acción prohibida superarán a los nocivos. A veces determinar nuestra motivación puede resultar bastante difícil. En el Sikshamuccaya, Shantideva dice que los efectos benéficos de una acción hecha con motivación bodhicitta son más grandes que las negatividades de ejecutarla sin tal motivación. En ciertas circunstancias puede resultar muy difícil –pero también muy importante- percibir la línea divisoria entre lo que debemos hacer y lo que no debemos hacer, por lo que tendríamos que estudiar los textos que hablan de tales cuestiones. En los textos inferiores leeremos que ciertas acciones están prohibidas, mientras que en los superiores se dirá que esas mismas acciones están permitidas. Cuanto más lleguemos a saber sobre todas estas cuestiones, más fácil nos resultará decidir qué debemos hacer en una situación determinada.
6. Cuando una persona con la que me he portado muy bien y en la que tengo depositadas grandes esperanzas me cause un daño terrible, seguiré practicando el considerarla mi santo guru.
Normalmente esperamos que una persona a la que hemos ayudado mucho se muestre muy agradecida, y si reacciona tratándonos con ingratitud lo más probable es que nos enfademos. En ese tipo de situaciones lo que deberíamos hacer no es enfadarnos, sino practicar la paciencia. Además, deberíamos ver en esa persona a un maestro que pone a prueba nuestra paciencia y, en consecuencia, tratarla con respeto. Este versículo contiene todas las enseñanzas del Bodhicaryavatara sobre la paciencia.
7. De esa manera, y tanto directa como indirectamente, haré cuanto esté en mis manos para asegurar la felicidad de todas mis madres. Practicaré en secreto el cargar con el peso de todas sus acciones nocivas y todo su sufrimiento.
Esto hace referencia a la práctica de asumir el peso de todos los sufrimientos de los demás y entregarles toda nuestra felicidad, actuando motivado por una gran compasión y un inmenso amor. Todos queremos la felicidad y no deseamos sufrir, y podemos ver que los demás sienten lo mismo que nosotros. También podemos ver que otras personas están abrumadas por el sufrimiento, pero no sabemos cómo librarlas de él. Por eso deberíamos generar la intención de asumir el peso de todo su sufrimiento y su karma negativo, y rezar para que maduren de inmediato y caigan sobre nosotros.
Por la misma razón, también es obvio que otras personas no disfrutan de la felicidad que buscamos y no saben cómo encontrada. Por eso, y con la máxima generosidad posible, deberíamos ofrecer a los demás toda nuestra felicidad -nuestro cuerpo, riqueza y méritos- y rezar para que madure inmediatamente en ellos.
Naturalmente, lo más probable es que no podamos cargar con el peso de los sufrimientos de los demás y entregarles nuestra felicidad. Cuando se produce esa transferencia entre personas siempre es el resultado de alguna conexión kármica pasada muy fuerte que no ha llegado a romperse. No obstante, esta meditación es un medio muy poderoso para hacer acopio de valor en nuestras mentes y en consecuencia es una práctica altamente beneficiosa.
En el versículo séptimo de la Transformación del Pensamiento se dice que deberíamos alternar las prácticas del tomar y el dar y depositarlas sobre el aliento. Y Langri Tangpa explica que todo eso debería hacerse en secreto. Como se explica en el Bodhicaryavatara, esta práctica no es adecuada para las mentes de los bodhisattvas principiantes y está reservada a unos pocos practicantes selectos. Por eso se la llama secreta.
En el capítulo octavo del Bodhicaryavatara, Shantideva dice: «Si por el bien de otros me causo daño a mí mismo, adquiriré todo lo que es magnífico». Nagarjuna, en cambio, opina que no deberíamos mortificar el cuerpo. A primera vista esto parece contradecir las afirmaciones de Shantideva, por lo que debemos preguntarnos a qué se refiere el Bodhicaryavatara cuando habla de causarse daño a uno mismo. Shantideva no pretende que nos demos golpes en el pecho ni nada por el estilo. Lo que está diciendo es que cuando aparezcan pensamientos de autovaloración, deberíamos encararnos con nosotros mismos y usar métodos drásticos para someterlos: en otras palabras, deberíamos ser duros con la mente que se autovalora y hacerle daño. Tienes que distinguir claramente entre el yo que está totalmente obsesionado con su propio bienestar y el yo que va a ser iluminado, y ser consciente de que son muy distintos. Este versículo del Bodhicaryavatara también debe verse dentro del contexto de los versículos anteriores y de los que lo siguen. El yo puede ser analizado de muchas maneras distintas, y cuando hablamos de él hay que tomar en consideración facetas como la búsqueda de una verdadera identidad para el yo, el yo que se autovalora, y el yo que unimos con el ver las cosas desde el punto de vista de los demás. El análisis del yo tiene que ser llevado a cabo dentro de todos estos contextos.
Si el hacerla realmente beneficia a otros, aunque sólo sea a una persona, entonces debemos cargar con el sufrimiento de los tres reinos de la existencia o ir a uno de los infiernos, y deberíamos tener el valor necesario para hacerla. Para alcanzar la iluminación por el bien de todas las personas, deberíamos estar dispuestos a pasar eones incontables en el más profundo de los infiernos. Esto es lo que significa cargar con los sufrimientos de los demás.
Y cuando hablamos de llegar al más profundo de los infiernos, lo que queremos decir es que debemos desarrollar el valor de estar dispuestos a ir allí, no que sea preciso ir físicamente. Cuando el Kadampa geshe Chekawa agonizaba, llamó a sus discípulos y les pidió que hicieran sacrificios y ofrendas especiales en su nombre y que rezaran por él, porque toda su práctica no había servido de nada. Los discípulos se mostraron muy afectados porque pensaron que iba a suceder algo terrible. Pero el geshe les explicó que se había pasado la vida rezando para nacer en uno de los infiernos en beneficio de los demás, y que ahora estaba recibiendo una visión pura de lo que le ocurriría después de su muerte: en vez de renacer en los infiernos, iba a renacer en una tierra pura. De la misma manera, si desarrollamos un deseo intenso y sincero de renacer en los reinos inferiores en beneficio de los demás, acumularemos una gran cantidad de mérito que acabará provocando el resultado contrario.
Por eso siempre digo que si vamos a ser egoístas, deberíamos ser sabiamente egoístas. El egoísmo real, o corto de miras, nos hunde; pero el egoísmo sabio nos aporta la budidad. ¡Eso sí es auténtica sabiduría! Por desgracia, normalmente lo primero que hacemos es aferrarnos al deseo de alcanzar la budidad. Las escrituras nos dicen que necesitamos la bodhicitta y que sin ella no podremos alcanzar la iluminación, Y por eso pensamos: «Quiero la budidad, y por lo tanto he de practicar la bodhicitta». Lo que realmente nos importa no es tanto la bodhicitta como la budidad. Ahí es donde nos equivocamos. Tendríamos que hacer todo lo contrario: deberíamos olvidar la motivación egoísta y pensar en cómo podemos ayudar a los demás. Si vamos al infierno, no podremos ayudar a los demás ni ayudarnos a nosotros mismos. ¿Cómo podemos ayudar? No meramente obrando milagros o dando algo a los demás, sino enseñando el dharma. No obstante, antes debemos llegar a estar cualificados para enseñar. Ahora no podemos explicar todo el sendero y detallar todas las prácticas y experiencias por las que ha de pasar una persona desde la primera etapa hasta la última, la iluminación. Quizá podríamos explicar algunas de las primeras etapas partiendo de nuestra propia experiencia, pero no podremos ir más allá. Para poder ayudar a los demás de manera realmente efectiva guiándolos por todo el camino que lleva a la iluminación, lo primero que debemos hacer es alcanzar la iluminación. Ésa es la razón por la que debemos practicar la bodhicitta. Esto no se parece en nada a nuestra manera de pensar habitual, en la que nos vemos obligados a pensar en los demás y les dedicamos nuestro corazón obedeciendo a la preocupación egoísta por nuestra propia iluminación. Este enfoque es totalmente falso, y en realidad no es más que una especie de mentira.
Algunos textos aseguran que el mero hecho de practicar el dharma evita que nueve generaciones de miembros de nuestra familia renazcan en el infierno, pero eso es lo que los occidentales llaman publicidad engañosa. De hecho, es posible que pudiera ocurrir algo parecido, pero en general las cosas no son tan sencillas. Pensemos, por ejemplo, en el recitado del mantra «Om mani padme hum» cuando el mérito de ese recitado es consagrado a la rápida consecución de la iluminación en beneficio de todas las personas. No podemos afirmar que el mero hecho de recitar mantras vaya a permitirnos alcanzar rápidamente la iluminación, pero sí podemos decir que esas prácticas actúan como causas contributorias de la iluminación. De la misma manera, aunque practicar el dharma no protegerá a la persona ni a sus familiares de renacimientos inferiores, sí puede actuar como causa contributoria que evite tales renacimientos. Si no fuera así, si nuestra práctica pudiera actuar como causa principal de un resultado experimentado por otros, entraría en contradicción con la ley del karma, la relación entre la causa y el efecto. Entonces bastaría con estar cómodamente sentados, relajarse y dejar que todos los budas y bodhisattvas lo hicieran todo por nosotros: así no tendríamos que asumir ninguna responsabilidad respecto a nuestro bienestar. Pero el Iluminado dijo que lo único que podía hacer era enseñarnos el dharma, el camino que lleva a la liberación del sufrimiento, y que somos nosotros quienes debemos poner en práctica sus enseñanzas. ¡Él se lavó las manos de esa responsabilidad! El budismo enseña que no hay ningún creador y que nosotros mismos lo creamos todo sin ayuda de nadie y eso quiere decir que, dentro de los límites de la ley de la causa y el efecto, somos dueños y señores de nosotros mismos. Esta ley del karma nos enseña que si obramos bien experimentaremos buenos resultados, y que si hacemos cosas malas entonces experimentaremos la infelicidad y el sufrimiento.
Eso quiere decir que es preciso cultivar la paciencia, y hay muchos métodos para ello. Por sí solos, el conocimiento de la ley del karma y la fe en ella ya engendran paciencia. El budista sabe que el sufrimiento que está experimentando es el resultado de las acciones que ha creado en el pasado, y que sólo él es responsable de lo que le ocurre. Al no poder escapar de esas consecuencias, comprende que tendrá que cargar con ellas. Pero si quiere evitar el sufrimiento en el futuro, también sabe que puede conseguirlo cultivando virtudes como la paciencia y que reaccionar al sufrimiento con ira o impaciencia sólo servirá para crear karma negativo, el cual causará nuevos infortunios en el futuro. Ésta es una manera de practicar la paciencia.
Otra cosa que podemos hacer es meditar en la naturaleza sufriente del cuerpo. Debemos comprender que este cuerpo y esta mente son la base de todas las clases de sufrimiento, y que el hecho de que originen sufrimientos es perfectamente natural y no tiene nada de inesperado. Esta clase de comprensión nos será de una gran ayuda a la hora de desarrollar la paciencia.
También podemos recordar lo que dice el Bodhicaryavatara: «¿Por qué lamentarse de algo si puede ser remediado? ¿Y de qué sirve lamentarse de algo si no puede ser remediado?». Si hay algún método u oportunidad de superar tus sufrimientos, no hay ninguna necesidad de preocuparse. Si no podemos hacer nada para aliviar el sufrimiento, entonces el preocuparse de nada nos servirá. Es muy sencillo, pero también muy claro.
Otra cosa que podemos hacer es meditar en las desventajas de enfadarse y las ventajas de practicar la paciencia. Somos seres humanos, y enjuiciar y pensar es una de nuestras mejores cualidades. Si perdemos la paciencia y nos enfurecemos, perdemos la capacidad de formar juicios correctos y con ello perdemos uno de los instrumentos más poderosos de que disponemos para enfrentamos a los problemas: nuestra sabiduría humana. Esto es algo de lo que no disponen los animales. Si perdemos la paciencia y nos irritamos, estaremos dañando ese precioso instrumento. Deberíamos recordar que es mucho mejor tener valor y determinación y enfrentarse al sufrimiento con paciencia.
Ya que hemos hablado de nuestras mejores cualidades, quizá deberíamos preguntamos cómo podemos ser humildes y al mismo tiempo realistas acerca de ellas. Para eso hay que saber distinguir entre la confianza en las capacidades y el orgullo. Todos deberíamos aprender a confiar en las cualidades y capacidades que poseemos y usarlas sin temor, pero nunca deberíamos sentirnos arrogantemente orgullosos de ellas. Ser humilde no significa sentirse totalmente incompetente e inútil. La humildad es cultivada como el oponente del orgullo, pero siempre deberíamos aprovechar al máximo nuestras cualidades. Lo ideal sería tener mucho valor y una gran confianza en uno mismo sin alardear de esas cualidades o exhibirlas. De esa manera, y cuando la situación así lo exigiera, podríamos estar a la altura de las circunstancias y luchar valientemente por lo que es justo. Ésta es la solución perfecta. Una persona que no posea ninguna de esas buenas cualidades pero que vaya por el mundo presumiendo de lo maravillosa que es y luego no sepa enfrentarse a los problemas es todo lo opuesto. La primera persona es valiente sin ser orgullosa, y la segunda es muy orgullosa pero no tiene valor.
8. Con todas estas prácticas libres de las manchas de las supersticiones de los ocho dharmas mundanales, y percibiendo todos los dharmas como ilusiorios, me dedicaré, sin aferrarme a las cosas, a liberar a todos los seres inteligentes de sus ataduras.
Este versículo nos habla de la sabiduría. Las prácticas precedentes nunca deberían ser ensuciadas por las manchas de las supersticiones de los ocho dharmas mundanales. En el budismo nos referimos a ellos como blancos, negros o mezclados. La mejor manera de entenderlo será explicando este versículo desde el punto de vista de las prácticas que se llevan a cabo sin estar contaminadas por el concepto equivocado del aferrarse a la existencia dada por verdadera, que es precisamente aquello a lo que nos referíamos al hablar de la superstición de los ocho dharmas. ¿Cómo podemos evitar que llegue a contaminar nuestra práctica? Pues siendo conscientes de que toda la existencia es ilusoria y evitando aferrarnos a la existencia verdadera. De esa manera quedaremos libres de la atadura que origina este tipo de aferramiento.
Ahora intentaré explicar qué significa la palabra «ilusoria» dentro de este contexto: la existencia verdadera aparece bajo el aspecto de los distintos objetos cada vez que éstos se manifiestan, pero de hecho aquí no hay existencia verdadera. Ésta parece manifestarse, pero no existe: es una mera ilusión. Aunque todo lo que existe se nos aparece como realmente existente, carece de existencia verdadera. Comprender que los objetos están vacíos de existencia verdadera y que aunque parezca haberla ésta no existe, y que es ilusoria, exige entender el auténtico significado del vacío y saber que hace referencia al vacío de la apariencia manifiesta. En primer lugar deberíamos estar seguros de que todos los fenómenos carecen de existencia verdadera. Después, cuando lo que posee naturaleza absoluta parece ser realmente existente, hay que refutar la existencia verdadera recordando la determinación previa de la total ausencia de existencia verdadera a la que habíamos llegado antes. Cuando unimos ambos razonamientos -la apariencia de existencia verdadera y su vacío tal como ha sido experimentado previamente-, descubrimos lo ilusorio del fenómeno.
Creo que con esto queda suficientemente explicado el porqué las cosas se nos aparecen como ilusoriamente separadas. Este texto explica el proceso que lleva hasta la meditación en el mero vacío. En enseñanzas tántricas como, por ejemplo, el tantra Guhyasamaja, lo que es llamado ilusorio se encuentra completamente separado, mientras que en este versículo lo ilusorio no necesita ser mostrado separadamente. De esta manera la existencia verdadera de lo que posee naturaleza absoluta es objeto de refutación, y así debería ser refutada. Una vez que lo ha sido, la modalidad ilusoria de la apariencia de las cosas surge de manera indirecta: las cosas parecen ser realmente existentes, pero no lo son.
Esto, a su vez, nos lleva a la cuestión de cómo puede operar algo que es inencontrable y que existe meramente por imputación. Si consigues llegar a comprender que el sujeto y la acción existen debido a su cualidad de ser apariciones dependientes, el vacío también se te hará visible bajo la forma de una aparición dependiente. Ésta es la cuestión más difícil de entender.
Si has llegado a comprender adecuadamente la existencia no inherente, la experiencia de los objetos existentes te hablará por sí misma. Que existan por naturaleza es una ilusión refutada por la lógica, y la lógica puede llegar a convencernos de que las cosas carecen de existencia inherente y de que es imposible que puedan llegar a existir inherentemente. Pero no cabe duda de que existen porque las experimentamos, ¿verdad? Así pues, ¿cómo existen? Lo que dice el budismo es que existen por el poder del nombre. Este aspecto de las enseñanzas es realmente difícil de explicar, y sólo puede ser entendido poco a poco a través de la experiencia. En primer lugar debemos analizar si las cosas existen verdaderamente o no y llegar a ser conscientes de que no podemos encontrarlas en realidad. Pero nos equivocaríamos si dijéramos que las cosas no existen, porque las experimentamos. No podemos demostrar a través de la lógica que las cosas existan de manera cierta, pero sabemos por experiencia que existen. Eso nos permite llegar a la conclusión de que las cosas existen. Ahora bien, si es así, sólo pueden existir de dos maneras: o partiendo de su propia base o estando bajo el control de otros factores, lo cual quiere decir que existen de manera completamente independiente o dependiente. Dado que la lógica refuta la afirmación de que las cosas existan independientemente, la única manera en que pueden existir es dependientemente.
¿De qué dependen las cosas para su existencia? Dependen de la base que es etiquetada y del pensamiento que etiqueta. Si las cosas pudieran ser encontradas cuando se las busca, deberían existir por su propia naturaleza y entonces las escrituras del Madhyamika, que afirman que las cosas no existen por su propia naturaleza, estarían equivocadas. Pero cuando buscamos las cosas, no podemos encontrarlas. Lo que encuentras es algo que existe bajo el control de otros factores, y por eso decimos que las cosas existen meramente por el poder del nombre. Aquí la palabra «meramente»» indica que algo es separado: ese algo no es aquello que es distinto al nombre pero tiene un significado aparte y es objeto de un estado mental válido. Al decir esto no estamos afirmando que las cosas no tengan más significado que sus nombres, o que el significado que no es el nombre no sea el objeto de una mente válida. Lo que eliminamos es aquello que existe por causas distintas al poder del nombre. Las cosas existen meramente por este poder, pero tienen significado, y ese significado es el objeto de un estado mental válido. Mas la naturaleza de las cosas es que existen simplemente por el poder del nombre.
No hay otra alternativa, únicamente ese poder. Eso no quiere decir que aparte del nombre no haya nada. Hay una cosa, hay un significado, hay un nombre. ¿Cuál es el significado? El significado también existe meramente por el nombre.
Los principiantes suelen preguntarse si la mente es algo que existe realmente o también es una ilusión, y deberían saber que es lo mismo. Según el Prasangika Madhyamika, que nos ofrece la visión más elevada y precisa, tanto da que la mente sea percibida por un objeto externo o por la consciencia interna: ambos existen por el poder del nombre, y ninguno es realmente existente. Aunque la mente existe meramente por el nombre, lo mismo ocurre con el vacío, los budas, el bien, el mal y lo indiferente. Todo existe únicamente por el poder del nombre. Cuando decimos «únicamente por el poder del nombre»», lo único que podemos entender es que con ello estamos eliminando los significados que no son únicamente el nombre. Si tomas a una persona real y a una persona fantasma, por ejemplo, las dos son iguales en el sentido de que existen meramente por el nombre, pero hay una diferencia entre ellas. Lo que existe o no existe está meramente etiquetado, pero en el nombre, algunas cosas existen y otras no.
Según la escuela que sólo acepta la mente, los fenómenos externos parecen existir inherentemente pero, de hecho, carecen de existencia externa inherente, mientras que la mente es verdaderamente existente.
Finalmente, intentaré aclarar la distinción entre «mente»» y «conciencia». Para un tibetano los dos términos no son exactamente equivalentes, pero cuando la palabra ««mente»» hace referencia a la conciencia primaria podría decirse que tiene las mismas connotaciones.
En tibetano es el término más general y se divide en «conciencia» conciencia primaria y factores mentales secundarios, y ambas categorías tienen muchas mas subdivisiones. Cuando hablamos de conciencia, también deberíamos distinguir entre la conciencia mental y la conciencia sensorial, y recordar que la primera tiene muchas subdivisiones correspondientes a distintos grados de tosquedad y sutileza.
2 comentarios:
Estimado amigo:
Leo con verdadero placer e interés tu blog. ¡Es magnífico! Las entradas destilan compasión y bondad.
Volveré con frecuencia.
Un fuerte abrazo.
Muchas gracias Javier por tus palabras. Supongo que estaremos en contacto a menudo. Hasta entonces cuídate. Abrazos
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